A propósito de Memorias de una vaca, por Laura Díaz Ródenas
Mo no es una vaca cualquiera. Al nacer hubiera preferido ser caballo brioso o gato persa. Hoy se reconoce como hembra Omega y reniega de sus congéneres vacunos, felices en la ignorancia de pacer y pastar. Hoy echa la vista atrás para cumplir con lo prometido a El Pesado, la voz de su conciencia, y comienza a escribir la crónica de su vida, una existencia marcada por el periodo de posguerra en el País Vasco. Esta es la premisa con la que Bernardo Atxaga (1951), el más traducido autor en lengua euskera, abandona la geografía imaginaria de su más conocida Obabakoak, para recuperar un tiempo pasado y desafiar el discurso monológico –nacionalista o nacional- en clave fantástica. Lo que preocupaba al autor era el presente, la revisión de lo que él mismo había vivido a caballo de los años sesenta y setenta. Por eso fijó unas coordenadas espacio-temporales tan precisas. Pero vayamos por partes.
Mo no es una vaca cualquiera. Al nacer hubiera preferido ser caballo brioso o gato persa. Hoy se reconoce como hembra Omega y reniega de sus congéneres vacunos, felices en la ignorancia de pacer y pastar. Hoy echa la vista atrás para cumplir con lo prometido a El Pesado, la voz de su conciencia, y comienza a escribir la crónica de su vida, una existencia marcada por el periodo de posguerra en el País Vasco. Esta es la premisa con la que Bernardo Atxaga (1951), el más traducido autor en lengua euskera, abandona la geografía imaginaria de su más conocida Obabakoak, para recuperar un tiempo pasado y desafiar el discurso monológico –nacionalista o nacional- en clave fantástica. Lo que preocupaba al autor era el presente, la revisión de lo que él mismo había vivido a caballo de los años sesenta y setenta. Por eso fijó unas coordenadas espacio-temporales tan precisas. Pero vayamos por partes.
Nuestra protagonista
viene al mundo en 1936 en un caserío de Balanzategui que provee de suministros
a quienes todavía resisten contra el general alzado desde los montes. Cuando Gafas Verdes advierte las artimañas de
Genoveva y El Encorvado, liquida al empleado
de la dueña y se hace con las dependencias, dejando al mando a los gemelos Dentudos. Mo y su amiga, la Vache qui rit, que repite sin cesar que "en
este mundo no hay cosa más tonta que una vaca tonta" e instruye a su igual en
los pormenores de la guerra civil, escapan y son vejadas en las fiestas populares
de una localidad cercana, antes de lanzarse a los caminos nuevamente y huir. En
adelante, las íntimas compañeras verán diezmados los campos que antaño eran su
hogar y decidirán separarse. La Vache
se unirá a la manada de jabalíes que continúa en pie de lucha, mientras que Mo
partirá sola. Tras vagar una temporada, la protagonista se topará con Pauline Bernadette
y acabará por instalarse junto a ella, que huye de un pretendiente, en un
austero convento desde el que compone sus memorias.
Al compás de una
prosa sencilla, aunque trufada de metáforas y refranes, Atxaga, convertido en
narrador omnisciente, da la palabra a Mo, que rumia sus pensamientos y desplaza
“a salto de mata” el foco de interés del relato de las descripciones al diálogo
con El Pesado, lo que, en verdad, no es más que un soliloquio disfrazado
consigo misma. El perfil reflexivo de la res le permite filosofar sobre la
actividad que la rodea, dejando entrever una variopinta y creíble galería de
personajes con distintas virtudes y actitudes ante la vida y la contienda. Los
aforismos y dichos populares con los que Mo tiende a resolver las
conversaciones con su conciencia nos remiten a Sancho Panza, el más digno hijo
del pueblo, quizás.
Pensar el pasado y
digerir el dolor derivado del conflicto es la mejor terapia para cicatrizar
heridas. A través de un ejercicio de memoria histórica, Atxaga se acerca a una
época de agitación que todavía en nuestros días genera controversia y, al
hacerlo a través de la mirada de una vaca, su intento resulta más amable de lo
que a priori pudiera antojarse. La
lectura a partir de 12 años acerca el valor de la memoria a los chavales y la necesidad
de escribir la historia de uno mismo, más que la historia en mayúsculas, para
(re)conocerse. Tanto los saltos temporales como la profusión de léxico francés
pueden complicar la tarea; sin embargo, los momentos de comicidad y lecciones
más obvias, como la aceptarse a uno mismo, relajan la ampulosidad de la novela.
La capacidad de
raciocinio de Mo, empeñada en demostrar y demostrarse que no tiene ni un pelo
de tonta, constituye una forma llana de acercar la historia reciente de España a
nuestras aulas. Al abrir Memorias de una
vaca, el lector se encontrará con retazos de los más de cincuenta años que
van de finales de la década de los años treinta hasta principios de los noventa,
en una novela cargada de un simbolismo al alcance de los adolescentes. A saber:
intuitivamente, por ejemplo, los lobos representan lo que nos aterra y nos
gustaría borrar del mapa, que, en el caso que nos ocupa, nos traslada a los
montes vascos.
Lo que más sorprende
es el realismo cronotópico con el que el literato ubica la acción. El paisaje verde y las gentes hechas
así mismas de la tierra del que fuera bautizado como José Irazu Garmendia –Bernardo Atxaga es el seudónimo por el que lo conocemos– marcan su
literatura. De hecho, el autor rescata figuras notables de las efemérides que
nos permiten continuar trabajando contenidos transversales y ahondar en el
anecdotario de la Resistencia. Entre los más obvios, el apellido vasco
Usandizaga por el que responde El Encorvado, que concuerda con el del conocido
compositor de ópera del título Mendi
Mendiyan (1911), que se traduce por “En pleno monte” y enlaza con la rúbrica
que usaban en ocasiones los maquis para firmar sus documentos: "los del monte".
El guiño al maqui cántabro Juanín
funciona en la misma línea. Y lo mismo pasa con el sacerdote Père Larzabal,
cuyo nombre hace referencia al dramaturgo vasco-galo que colaboró con los
franceses durante la Segunda Guerra Mundial para unirse en los 60 y los 70 a la
partida que se estableció en el País Vasco francés para dar cobijo a exiliados
políticos vascos. Por supuesto, nada de esto llegará por sí solo al alumno y
tampoco es necesario que así sea. Podemos capear los niveles de interpretación
y valoración a nuestra conveniencia, aunque posiblemente baste con que estas
memorias auxilien a los jóvenes estudiantes en su proceso de maduración y
compresión del entorno.
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