miércoles, 8 de enero de 2014

Gerardísimo Gerardo, Ignacio Ballester



Homenaje a Gerardo
Diego en Madrid
Gerardo Diego (1896, Santander) contagia la rima que tanto mima en Si la palmera supiera... (Anaya, 2002, Madrid). Además, las ilustraciones con las que Luis de Horna acompaña estos breves poemas lo convierten en paradigma del género poético en Literatura Infantil y Juvenil.

Cubierta de Si la palmera supiera...
José María Bermejo define a Gerardo Diego de forma inmejorable ya en el prólogo de Si la palmera supiera...: “Aquí tienes a un mago de las palabras”. Y es que este libro es un entramado mágico de luces, colores y sentidos. El lector puede encontrar en ellos paisajes, costumbres, vivencias, ideas… Pese a que la forma, tan cercana a la música, lo infantiliza (en el sentido de que las palabras sencillas, las frases cortas y a veces repetitivas, lo pueden relacionar con el habla de los más pequeños), lo que se dice (muchas veces, eso sí, de forma implícita) está más cerca de las concienzudas y abstractas reflexiones que envuelven la vida adulta que de la pintoresca y ociosa vida del niño. El mismo Gerardo lo explica en “Autorretrato”: «[…] Podéis tocar con las manos/ mi conciencia./ Gozar podéis con los ojos/ –negro y sepia–/ los colores y las tintas/ de mis penas. […]». Así pues, como muchos de los libros que se califican bajo el membrete de LIJ (pensemos en El Principito de Antoine de Saint-Exupéry o en El hombrecito del traje gris de Fernando Alonso –que comentábamos en entradas anteriores–, por ejemplo) y que en realidad están destinados a cualquier tipo de lector, con Si la palmera supiera... ocurre algo así: convirtiéndose de este modo en un buen libro.

El Gerardísimo Gerardo que le llamaba Federico García Lorca traslada la innovación poética y humana de la Generación del 27 a los más jóvenes: no escribiendo para niños, sino describiendo la complejidad adulta desde el prisma genuino. Con esto, y con las infinitas posibilidades que ofrece la poesía, consigue de forma magistral multitud de lecturas. La simbiosis de la tradición y la modernidad engendra uno de los mejores sonetos en lengua española, dedicado a Ángel del Río (biógrafo de Lorca):

EL CIPRÉS DE SILOS
Ciprés del monasterio de Silos

Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.

Chorro que a las estrellas casi alcanza
Devanando a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño;
Flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
Peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi, señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.

Este poema, en forma de ciprés, quizá englobe la frescura y la plasticidad de las imágenes que emplea Gerardo Diego para conectar lo mundano y lo divino, lo terrenal y lo celeste, lo vivido y lo soñado. Y es que uno de los elementos que mejor empatiza con los jóvenes es el sentimiento onírico que, a priori, se atisba en sus versos: tan “perversos”, “tersos” y “dispersos” (definición que da a su último poema, titulado así: “Versos”).

            

No hay comentarios:

Publicar un comentario