Campos
de fresas
Corrían
los años finales de los sesenta cuando unos “escarabajos melenudos”
mundialmente conocidos ya, comenzaron a cantar por la libertad y la evasión de
la realidad. Me refiero a The Beatles,
quienes abanderaron el movimiento hippie y lanzaron canciones psicodélicas repletas
de simbolismo hippie como Strawberry
fields forever (en español, Campos de
fresas para siempre), que expresaba la irrealidad y fantasía del mundo al
que eran “transportados” cuando tomaban drogas alucinógenas.
Así pues, y, debido quizás a su afición por la
música, Jordi Sierra i Fabra (Barcelona, 1947), autor de la obra que reseño, consideró
apropiado emular el título de la canción para esta novela adolescente que
cuenta el trágico coqueteo con las drogas de unos jóvenes cualquiera, un fin de
semana cualquiera; como búsqueda de libertad de los jóvenes a través de las
drogas.
En efecto, Campos
de fresas (Ediciones SM, Barcelona, 1997) centra su trama en una chica, Luciana, buena hija, estudiante y ajedrecista,
protagonista a su pesar de la historia, que cae en coma tras haber consumido
pastillas junto a sus amigos, chicos normales también, durante una noche de
fiesta. Su estado crítico será el motor de actuación de los demás personajes
involucrados en la acción: su novio, que removerá cielo y tierra para ayudarla;
sus padres y su hermana, quienes sufrirán con dolor el mal trago; sus amigos,
que buscarán aliviar su sentimiento de culpabilidad ayudando a Eloy, el novio
de Luciana; los policías, que tratarán de evitar más muertes buscando a los
culpables; el periodista, que caminará sobre la delgada línea que separa la
libertad de información y el derecho a la privacidad; o los camellos, quienes
temerán que el caso les salpique de lleno en la cara. Por tanto, todos ellos poseen,
de un modo u otro, un rol importante en el desarrollo de los acontecimientos.
A
pesar de que los peligros de la drogadicción light entre los jóvenes es la idea principal de la novela, no hay
que desdeñar otras que asoman en mayor o menor medida como la bulimia, otra
lacra de nuestra sociedad sufrida por la amiga de Luciana; o la imposibilidad
que encuentran los padres de controlar a sus hijos cuando salen por la puerta
de casa al mundo exterior; o el del periodista que pisa un terreno moral
movedizo con sus acciones.
Y
todo ello plasmado en una novela muy dialogada de lenguaje coloquial, en la que
también abunda la terminología sobre los diferentes tipos de drogas que son
comercializadas; dispuesta en capítulos breves para dar agilidad al desarrollo
de la acción, que lo son todavía más cuando el clímax de la historia está en
ebullición. Asimismo, la mayoría de los personajes son el centro de alguno de
los muchos capítulos, con lo que el lector conoce el punto de vista de cada uno
de los actores de la trama, sus sentimientos y sus miedos y temores de primera
mano.
En
suma, el libro es un gran recurso
para poner la lupa sobre una realidad circundante que, aunque haya pasado algún
tiempo ya desde la publicación del libro (1997), persiste; aunque en la
sociedad de hoy puede que estemos anestesiados ante la avalancha de noticias de
todo tipo que nos golpean y ya no prestemos la suficiente atención a casos como
el de Luciana. Pero el joven lector de 3º o 4º de la ESO que se acerque a sus
páginas podrá reconocerse a sí mismo o a sus amigos o amigas entre los
personajes. De ahí la enorme astucia del escritor en colocar de víctima a una
chica aplicada y no a otra para advertir a los jóvenes de que a cualquiera le
puede pasar.
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