jueves, 16 de enero de 2014


Campos de fresas


Corrían los años finales de los sesenta cuando unos “escarabajos melenudos” mundialmente conocidos ya, comenzaron a cantar por la libertad y la evasión de la realidad. Me refiero a The Beatles, quienes abanderaron el movimiento hippie y lanzaron canciones psicodélicas repletas de simbolismo hippie como Strawberry fields forever (en español, Campos de fresas para siempre), que expresaba la irrealidad y fantasía del mundo al que eran “transportados” cuando tomaban drogas alucinógenas.

Así pues, y, debido quizás a su afición por la música, Jordi Sierra i Fabra (Barcelona, 1947), autor de la obra que reseño, consideró apropiado emular el título de la canción para esta novela adolescente que cuenta el trágico coqueteo con las drogas de unos jóvenes cualquiera, un fin de semana cualquiera; como búsqueda de libertad de los jóvenes a través de las drogas.

En efecto, Campos de fresas (Ediciones SM, Barcelona, 1997) centra su trama en una chica, Luciana, buena hija, estudiante y ajedrecista, protagonista a su pesar de la historia, que cae en coma tras haber consumido pastillas junto a sus amigos, chicos normales también, durante una noche de fiesta. Su estado crítico será el motor de actuación de los demás personajes involucrados en la acción: su novio, que removerá cielo y tierra para ayudarla; sus padres y su hermana, quienes sufrirán con dolor el mal trago; sus amigos, que buscarán aliviar su sentimiento de culpabilidad ayudando a Eloy, el novio de Luciana; los policías, que tratarán de evitar más muertes buscando a los culpables; el periodista, que caminará sobre la delgada línea que separa la libertad de información y el derecho a la privacidad; o los camellos, quienes temerán que el caso les salpique de lleno en la cara. Por tanto, todos ellos poseen, de un modo u otro, un rol importante en el desarrollo de los acontecimientos.

A pesar de que los peligros de la drogadicción light entre los jóvenes es la idea principal de la novela, no hay que desdeñar otras que asoman en mayor o menor medida como la bulimia, otra lacra de nuestra sociedad sufrida por la amiga de Luciana; o la imposibilidad que encuentran los padres de controlar a sus hijos cuando salen por la puerta de casa al mundo exterior; o el del periodista que pisa un terreno moral movedizo con sus acciones.

Y todo ello plasmado en una novela muy dialogada de lenguaje coloquial, en la que también abunda la terminología sobre los diferentes tipos de drogas que son comercializadas; dispuesta en capítulos breves para dar agilidad al desarrollo de la acción, que lo son todavía más cuando el clímax de la historia está en ebullición. Asimismo, la mayoría de los personajes son el centro de alguno de los muchos capítulos, con lo que el lector conoce el punto de vista de cada uno de los actores de la trama, sus sentimientos y sus miedos y temores de primera mano.


En suma, el libro es un gran recurso para poner la lupa sobre una realidad circundante que, aunque haya pasado algún tiempo ya desde la publicación del libro (1997), persiste; aunque en la sociedad de hoy puede que estemos anestesiados ante la avalancha de noticias de todo tipo que nos golpean y ya no prestemos la suficiente atención a casos como el de Luciana. Pero el joven lector de 3º o 4º de la ESO que se acerque a sus páginas podrá reconocerse a sí mismo o a sus amigos o amigas entre los personajes. De ahí la enorme astucia del escritor en colocar de víctima a una chica aplicada y no a otra para advertir a los jóvenes de que a cualquiera le puede pasar. 

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