Memorias
de una vaca es una obra escrita por José Irazu
Garmendia (1951), un talentoso escritor español que
tiene el mérito de ser el autor más leído y traducido de la lengua euskera y
que es conocido por el lector con el seudónimo de Bernardo Atxaga, (seguramente
la intención de esquivar la censura franquista fue una de las razones que le
llevaron a adoptar ese seudónimo). Se licenció en Ciencias Económicas pero decidió dedicarse exclusivamente a la literatura. Su
obra se compone de poesías, novelas, ensayos, propuestas teatrales y relatos
infanto-juveniles, siendo Memorias de una vaca (1992) uno de sus trabajos
más entretenidos.
En
este libro, la protagonista es Mo, una vaca negra que, a
diferencia de lo que intenta demostrar ese dicho popular que dice que no existe
“cosa más tonta que una vaca”, posee una gran inteligencia y una voz
interior que la ayuda a superar cualquier problema que se le interponga por el
camino. Por ello, por lo que tiene de reflexiva decide un día que ha llegado el
momento de escribir sus memorias, promesa que le hizo a ese “Ángel de la
guarda” que ella llama “El Pesado”.
Atxaga nos propone una novela
situada en la posguerra en Euskadi, cuya protagonista nace en
1940, en el caserío Balanzategui, situado en medio del
paisaje verde y montañoso del País Vasco donde conoce a La Vache qui rit, una vaca que será su amiga y confidente hasta que el
destino las separe. Poco a poco, ambas descubren que el caserío abastece al
ejército que aún lucha en el monte, comunicándose con ellos por un sistema muy
original: las vacas negras afuera son señal de peligro y las vacas rojizas
indican que pueden entrar a por comida. Descubierto todo, son vendidas por los
nuevos dueños para servir de diversión en una fiesta de la que huyen tomando
distintos caminos: La Vache decide unirse a los jabalíes y Mo emprende una
nueva vida en soledad que le durará poco tiempo, pues el destino hace que se
encuentre con la Pauline Bernardette, que huía
de una proposición de matrimonio. Al final, un convento francés será el lugar
que acoja a ambas amigas tras su odisea personal.
Es el primer
año de vida de la vaca el que ocupa los seis primeros capítulos de la novela,
es decir, nos situamos en el intervalo situado entre 1940-1941. La acción se
sitúa en el caserío Balanzategui del País Vasco donde se nos da a conocer la
forma de abastecimiento que tenía el ejército durante la contienda. Los siguientes
capítulos, el 7º y el 8º, narran la huida de Mo y de su amiga, hecho que nos
sitúa entre 1942 y 1943. Finalmente, el último capítulo concluye con la
narración y nos sitúa hacia 1990, época en la que Mo decide escribir sus
memorias. Su aventura vital se inicia, por tanto, nada más terminar la Guerra
Civil. Memorias de una vaca
se
convierte, por tanto, en una novela de aprendizaje, en la que su protagonista,
la vaca Mo, nos cuenta su periplo vital hasta que llega a la madurez, esa etapa
de la vida en la que cada uno aprende a tomar decisiones, actuar con autonomía
y valerse por sí mismo.
La presencia de los humanos,
reflejada en los personajes Genoveva –dueña de la Casa Balanzategui–, El
Encorvado –cómplice de Genoveva–, Gafas Verdes y sus secuaces –espías de
Balanzategui; representan para la vaca la falsedad en el momento que la vaca descubre
las intenciones ocultas de estos seres; sin embargo, este pensamiento
generalizado que tiene acerca de los humanos cambia cuando conoce a Pauline
Bernardette, con quien vivirá el resto de su vida.
Lo que
comienza por ser un monólogo de la vaca, se va convirtiendo en un diálogo con
esa voz interna que le ayuda pero que le resulta insoportable porque siempre tiene
la razón. A medida que la vaca va rememorando su pasado reflexiona sobre lo que
fue y, de esta forma, pone de manifiesto a dos personajes: la vaca que enuncia
(presente) y la vaca del enunciado (pasado).
A lo largo
de la novela somos conscientes del miedo que tiene la protagonista a la muerte.
Este miedo surge justamente cuando la vaca comienza a tomar conciencia de que
han transcurrido cuarenta años. Se crea incertidumbre al ignorar cuántos años
de vida le quedan, y al repasar lo recorrido, entrevé que al finalizar con las
memorias también estaría cerrando el capítulo de su vida y se niega a
terminarlas, pues siente que las memorias propiciarían el final. Sin embargo, Pauline
la convence y decide terminarlas: “Luego fui a tumbarme en el césped del jardín del couvent
y tomé la decisión: corregiría, puliría y retocaría la primera parte de mi
vida. Algún día, en caso de que surgiera la necesidad, seguiría con el resto. Y
así hasta hoy. Como dice el refrán: Mientras
vive a sus anchas, la vaca va dando largas”.
El escritor utiliza
un lenguaje sencillo combinando el español con el francés y se vale de numerosos
refranes para definir las emociones del personaje, creando así una escritura
cargada de humor que hace atractiva y amena la obra. Emplea la técnica del
discurso memorístico haciendo uso de la primera persona y dotando a la obra de
una gran subjetividad. La vaca cuenta, en primera persona, su odisea al
salvarse de las calamidades, hambre y miseria por las que se pasó durante la
guerra Civil Española en la primera mitad del siglo veinte (1936-1939). De esta
manera, Atxaga pretende dar cuenta a los jóvenes de 12 años aprox. de la
situación que tuvo que vivir España como consecuencia de una guerra que causó
grandes estragos en la sociedad y que por su dimensión dramática no debe de ser
olvidada.
Raquel Sabater Parra
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