martes, 7 de enero de 2014

El falso dolor de muelas del hombrecito vestido de gris, Ignacio Ballester

Fernando Alonso
Fernando Alonso (Burgos, 1941) crea una historia que sin duda merece la canónica posición que El hombrecito vestido de gris actualmente ocupa en la Literatura Infantil y Juvenil. No obstante, para no reiterar los halagos y críticas positivas que sobre esta joya se han ido sucediendo, nos centraremos en un aspecto que, a mi modo de ver, protagoniza el desenlace, la historia y la Historia (en ese orden): el dolor de muelas que el protagonista finge para integrarse en la sociedad, gris.

            La mordaza que acalla al protagonista es el eje sobre el que gira el tema: la censura; ahora bien, ¿se la autoimpone? o, por el contrario, ¿le es impuesta? Para comentar este pasaje (“Al día siguiente, fingió tener un fuerte dolor de muelas. Se sujetó la mandíbula con un pañuelo y fue a su trabajo”) no tendremos en cuenta el final alternativo que el propio Fernando Alonso, a mi juicio ‒y también al suyo (como confesó en Alicante en 2013)‒ artificial e inverosímil, plantea únicamente para aquellos lectores necesitados de un final feliz. Lo relevante, y lo que seguramente le ha afamado, entre otros aspectos, es la crueldad con la que describe la situación española durante la dictadura franquista. Obviamente, esta interpretación sería inviable sin conocer el pasado reciente de nuestro país; pero, como todo, el contexto permea. La sociedad estaba ‒y está‒ gris. La libertad caía ya de forma autoritaria, por lo que no me parece adecuada la decisión que toma el hombrecito vestido de gris.

Posible solución para
el dolor de muelas
Un hombrecito vestido de gris
La sumisión y a la vez la falsedad de este comportamiento es un peligroso estigma que puede aprehender el joven lector. La imagen amable, noble y alegre de quien es feliz expresándose libremente se trunca radicalmente con la venda que él mismo se coloca en la boca “para encajar en los parámetros de una sociedad dictatorial” (como expresa Ana Laura González del Mazo en su entrada sobre este cuento). Sin duda, en esta errónea conducta influye la sociedad; pero, ¿por qué opta por fingir? El hombrecito podía haberse callado de cientos de maneras (afonía, por ejemplo). El hecho de que la mentira ensucie su conducta, hasta entonces idónea, me irrita. ¿Queremos que los alumnos finjan, que aparenten o simulen algo que no es cierto?


Quizá estoy llevando al extremo este comportamiento negativo del protagonista del relato. Es bueno que los alumnos, ya en edades tempranas, aprendan a discernir lo bueno de lo malo, a imitar y a descartar. No apoyo la presencia de un protagonista ideal en LIJ, solo planteo alternativas a un pasaje que en mi opinión empaña la perfección de El hombrecito vestido de gris. Seguramente, si como profesor leyéramos este relato en el aula ‒que lo haría‒, propondría, además de un final alternativo, una nueva causa de esa mordaza (ya sea el hombrecito agente o paciente).


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