miércoles, 22 de enero de 2014

Reseñando "Celia en el colegio"

Celia en el colegio es el segundo libro de la colección. En él se continúan narrando todas y cada una de las nuevas historietas en las que Celia sigue siendo la absoluta protagonista. La pobre Celia ha sido enviada a un colegio de las afueras de Madrid, sus padres así lo han decidido (aunque su padre no diga lo contrario, está apenado por la decisión que ha tomado, casi de manera unilateral, la madre de la niña).

Los primeros días Celia está un poco triste, tiene restringidas las visitas a un único día en toda la semana, los domingos, y hasta que no haya superado el período de adaptación, ni siquiera podrá recibir la ansiada visita de su padre. Pero Celia no deja de ser una niña dócil, alegre y con una inmensa vitalidad, lo que le ayudará, a ser de nuevo, el centro de atención de este colegio de monjas tan estricto. Allí todas las niñas son obedientes y acatan todas y cada una de las órdenes que reciben por parte de las monjas, pero Celia sigue demostrando su afán de cuestionar las cosas, de no querer seguir los pasos preestablecidos por los mayores o superiores...

Y como era de esperar, no va a ser bien visto por las monjas del colegio, aunque más de una vez conseguirá despertar más de una sonrisa tanto en ellas como en el sacerdote que va a confesarles diariamente. Más de una vez estará castigada en el llamado "cuarto de las ratas", y desde ahí forjará amistad con los monaguillos y sus amiguitos, puesto que al pertenecer a familias humildes, acuden a la despensa del colegio a hurtar algún que otro alimento.

A pesar de ser una niña muy lista, no tiene la picardía que tan sólo da "el vivir en las calles", por lo que no suficiente con las regañinas que recibe por sus disparatadas ocurrencias, se verá metida en más de un lío a consecuencia de estas nuevas amistades, que más de una vez consiguen, aprovechándose de su buen hacer y buen corazón, engañarla sin ningún tipo de miramiento.

Y así, entre aventuras y rezos, van transcurriendo los días en el colegio... Muchos domingos recibe la visita de su padre, ya que es el único que parece estar apenado por la ausencia en casa de la niña. Celia siempre lo recibe con la mayor de las ilusiones, e intenta disfrazar algún que otro disgusto que le dan en este severo colegio. Celia intenta seguir el ritmo de las clases, a pesar de que en más de una ocasión su afán por aprender le lleve a realizar más de una cuestión, catalogada de inoportuna, por las monjas que imparten tales clases.

Se acerca el fin del curso, todas las niñas, con ayudas de las monjas están preparando alguna que otra actividad con la que deleitar a sus familiares el día de la actuación. Presentarán las labores que llevan todo el curso realizando con la madre que imparte tales clases a las que, en más de una ocasión, Celia no ha podido asistir por encontrarse castigada en el pasillo, al no ser hábil en tales menesteres. Ello le lleva a ser seleccionada para la obra de teatro, puesto que la monja considera que actuando hará algo de provecho.

Todo está preparado para el gran día:  labores, actuaciones y lecciones aprendidas; pero nuevamente Celia será defraudada por su familia. Acuden todos los familiares de las niñas, todas están entusiasmadas, es el último día de curso y, en principio, todas van a regresar a casa para pasar las vacaciones con sus seres más queridos... La ilusión de Celia se ve truncada cuando Doña Benita, ante el silencio y, por consiguiente, engaño de sus padres, decide armarse de valor y contarle a la pequeña cual es la realidad: no la van a sacar del colegio este verano, no va a irse de veraneo con los suyos, sus padres se llevan a su hermanito, Cuchifritín, a París, pero no a ella. La pobre Celia ve desvanecerse todas sus ilusiones, pero ya encontrará ella la manera de amenizar su estancia durante el verano.

Y así sucedió, se hizo amiga de una nueva huésped, a quien sus hijos habían llevado allí, como muchos veranos, a hospedarse. También hace amistad con unos titiriteros, con los que vivirá más de una emocionante aventura... De la misma manera, Celia aprovecha el tiempo para retomar la escritura, libro que dará lugar a la tercera de las novelas: Celia novelista.

Hasta que un buen día, autorizado por sus padres, aparece en el colegio el tío Rodrigo, quien, sin ningún miramiento, sacará a la niña de tal internado, a pesar de que Celia se hubiese encariñado con todas y cada una de las monjas que habitaban en este colegio. Celia se despide con el mayor de los cariños y emprenderá una nueva aventura, pero esta vez, lejos de tanta disciplina.

Elena Fortún deleita al lector con una ingeniosa y amena novela, que hará las delicias de cualquier tipo de público. Celia es una niña que rompe estereotipos, es una buena niña, pero no puede ser considerada como "del montón", manera en la que, en más de una ocasión, gustaría a los mayores educar a los menores.

Con ella se demuestra que no deben ser tratados los niños como productos en serie, de manera indistinta, puesto que cada uno tiene sus propias connotaciones, positivas y negativas, pero al fin y al cabo, es lo que le individualiza, lo que le hace ser como es, distinto, diferente e irremplazable.
También está latente el tema, ya citado en la reseña de la anterior novela, de la falta del referente de la figura materna. Tan sólo es el padre quien realiza visitas a la niña, la madre parece desentenderse de su hija, hasta tal punto, que prefiere dejarla interna durante las vacaciones escolares estivales, a tener que "soportarla".

Y a pesar de ello, se puede observar como la buena de Celia, siempre está expectante a recibir la más mínima muestra de cariño por parte de ella... Ahí queda reflejada la bondad y el gran corazón, la inocencia y la pureza que puede llegar a tener cualquier niño de siete años; y la gran importancia que tiene el que ese niño o niña cuente con una familia que le apoye, que le aliente, que le ayude a ir descubriendo el mundo, dejándole ir formando su propia personalidad, pero sin dejar, nunca, de estar a su lado.

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