Celia
en el colegio es el segundo libro de la colección. En él se continúan narrando
todas y cada una de las nuevas historietas en las que Celia sigue siendo la
absoluta protagonista. La
pobre Celia ha sido enviada a un colegio de las afueras de Madrid, sus padres
así lo han decidido (aunque su padre no diga lo contrario, está apenado por la
decisión que ha tomado, casi de manera unilateral, la madre de la niña).
Los
primeros días Celia está un poco triste, tiene restringidas las visitas a un
único día en toda la semana, los domingos, y hasta que no haya superado el
período de adaptación, ni siquiera podrá recibir la ansiada visita de su padre. Pero
Celia no deja de ser una niña dócil, alegre y con una inmensa vitalidad, lo que
le ayudará, a ser de nuevo, el centro de atención de este colegio de monjas tan
estricto. Allí
todas las niñas son obedientes y acatan todas y cada una de las órdenes que
reciben por parte de las monjas, pero Celia sigue demostrando su afán de
cuestionar las cosas, de no querer seguir los pasos preestablecidos por los
mayores o superiores...
Y como
era de esperar, no va a ser bien visto por las monjas del colegio, aunque más
de una vez conseguirá despertar más de una sonrisa tanto en ellas como en el
sacerdote que va a confesarles diariamente. Más de
una vez estará castigada en el llamado "cuarto de las ratas", y desde
ahí forjará amistad con los monaguillos y sus amiguitos, puesto que al
pertenecer a familias humildes, acuden a la despensa del colegio a hurtar algún
que otro alimento.
A pesar
de ser una niña muy lista, no tiene la picardía que tan sólo da "el vivir
en las calles", por lo que no suficiente con las regañinas que recibe por
sus disparatadas ocurrencias, se verá metida en más de un lío a consecuencia de
estas nuevas amistades, que más de una vez consiguen, aprovechándose de su buen
hacer y buen corazón, engañarla sin ningún tipo de miramiento.
Y así,
entre aventuras y rezos, van transcurriendo los días en el colegio... Muchos
domingos recibe la visita de su padre, ya que es el único que parece estar
apenado por la ausencia en casa de la niña. Celia siempre lo recibe con la
mayor de las ilusiones, e intenta disfrazar algún que otro disgusto que le dan
en este severo colegio. Celia
intenta seguir el ritmo de las clases, a pesar de que en más de una ocasión su
afán por aprender le lleve a realizar más de una cuestión, catalogada de
inoportuna, por las monjas que imparten tales clases.
Se
acerca el fin del curso, todas las niñas, con ayudas de las monjas están
preparando alguna que otra actividad con la que deleitar a sus familiares el
día de la actuación. Presentarán
las labores que llevan todo el curso realizando con la madre que imparte tales
clases a las que, en más de una ocasión, Celia no ha podido asistir por
encontrarse castigada en el pasillo, al no ser hábil en tales menesteres. Ello
le lleva a ser seleccionada para la obra de teatro, puesto que la monja
considera que actuando hará algo de provecho.
Todo
está preparado para el gran día:
labores, actuaciones y lecciones aprendidas; pero nuevamente Celia será
defraudada por su familia. Acuden
todos los familiares de las niñas, todas están entusiasmadas, es el último día
de curso y, en principio, todas van a regresar a casa para pasar las vacaciones
con sus seres más queridos... La ilusión de Celia se ve truncada cuando Doña
Benita, ante el silencio y, por consiguiente, engaño de sus padres, decide
armarse de valor y contarle a la pequeña cual es la realidad: no la van a sacar
del colegio este verano, no va a irse de veraneo con los suyos, sus padres se
llevan a su hermanito, Cuchifritín, a París, pero no a ella. La
pobre Celia ve desvanecerse todas sus ilusiones, pero ya encontrará ella la
manera de amenizar su estancia durante el verano.
Y así
sucedió, se hizo amiga de una nueva huésped, a quien sus hijos habían llevado
allí, como muchos veranos, a hospedarse. También hace amistad con unos
titiriteros, con los que vivirá más de una emocionante aventura... De la
misma manera, Celia aprovecha el tiempo para retomar la escritura, libro que
dará lugar a la tercera de las novelas: Celia novelista.
Hasta
que un buen día, autorizado por sus padres, aparece en el colegio el tío
Rodrigo, quien, sin ningún miramiento, sacará a la niña de tal internado, a
pesar de que Celia se hubiese encariñado con todas y cada una de las monjas que
habitaban en este colegio. Celia
se despide con el mayor de los cariños y emprenderá una nueva aventura, pero
esta vez, lejos de tanta disciplina.
Elena Fortún deleita al lector con una ingeniosa y amena novela, que hará las
delicias de cualquier tipo de público. Celia
es una niña que rompe estereotipos, es una buena niña, pero no puede ser
considerada como "del montón", manera en la que, en más de una
ocasión, gustaría a los mayores educar a los menores.
Con
ella se demuestra que no deben ser tratados los niños como productos en serie,
de manera indistinta, puesto que cada uno tiene sus propias connotaciones,
positivas y negativas, pero al fin y al cabo, es lo que le individualiza, lo
que le hace ser como es, distinto, diferente e irremplazable.
También
está latente el tema, ya citado en la reseña de la anterior novela, de la falta
del referente de la figura materna. Tan sólo es el padre quien realiza visitas
a la niña, la madre parece desentenderse de su hija, hasta tal punto, que
prefiere dejarla interna durante las vacaciones escolares estivales, a tener
que "soportarla".
Y a
pesar de ello, se puede observar como la buena de Celia, siempre está
expectante a recibir la más mínima muestra de cariño por parte de ella... Ahí
queda reflejada la bondad y el gran corazón, la inocencia y la pureza que puede
llegar a tener cualquier niño de siete años; y la gran importancia que tiene el
que ese niño o niña cuente con una familia que le apoye, que le aliente, que le
ayude a ir descubriendo el mundo, dejándole ir formando su propia personalidad,
pero sin dejar, nunca, de estar a su lado.
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