Caperucita en Manhattan de Carmen Martín Gaite
Ana Laura González Del Mazo
Este relato fue escrito por Carmen Martín Gaite en
1998, y se trata de una adaptación moderna del cuento clásico de Charles Perrault,
Caperucita roja. En esta versión
renovada, la historia se traslada a Nueva York, y consta de dos partes: la
primera sería la presentación de Sara y su vida en el barrio, y la segunda
sería su aventura de un día por Manhattan.
En una
especie de oda a la libertad, el lector se adentra en un mundo de fantasía de
la mano de Sara Allen. Donde conviven palabras inventadas que no significan
nada como miranfú o farfanías, con otros seres fantásticos como duendes o
vampiros.
Al igual que en el cuento de Perrault Sara, la
caperucita de Carmen Martín Gaite, tiene que llevar una tarta de fresa a su
abuela. Asimismo, también aparece un
personaje que representa el lobo, Edgar Woolf. Un célebre pastelero que quiere la receta perfecta de la tarta de fresa de la madre de
Sara.
En esta versión modernizada del cuento, Caperucita
tiene 10 años y es una niña muy inteligente que aprende a leer de manera
autodidacta. Es una soñadora que ansia aventuras y libertad, cosa que no tiene
en su barrio. Su vida allí es monótona y aburrida, por eso recurre a la
fantasía de los cuentos de Alicia en el
país de las maravillas, Robinson Crusoe y finalmente, a la
historia de Caperucita Roja para
evadirse de la realidad. Sara Allen sueña con la libertad y con vivir miles de
aventuras. De noche abre un gran mapa de Manhattan que le regaló Aurelio, novio
de su abuela, memorizando todas las calles y parques. Pero no es hasta la noche
del día de su cumpleaños que la pequeña al quedar a cargo de una vecina
consigue escapar para conseguir su propósito de todos los sábados: llevar una tarta
de fresa a su abuela Rebeca Litlle.
Rebeca es una antigua estrella de Broadway que le
infunda valores liberales a su nieta, siempre que y cuando no esté su hija
Vivian cerca. Rebecca y Vivian son dos mujeres totalmente distintas, la primera
es una persona rutinaria que sobreprotege en exceso a su hija. Además, siempre
hace la misma tarta de fresa los viernes
por la noche para poder llevarla al día siguiente a casa de su madre. Mientras que la segunda mujer representa la
libertad y la fantasía que sueña Sara. Rebeca y Aurelio son los referentes de
la pequeña, el librero y Gloria Star alimentan la fantasía de la niña.
La noche que Sara escapa de casa de su vecina, se
pierde al querer ir a Central Park. Ahí es cuando conoce a Miss Lunatic. La
musa del escultor de la estatua de la libertad que vive de día en la estatua y
de noche recorre la ciudad para ayudar a las personas a cambiar. Es una mujer extravagante vestida con harapos que empuja
sus pertenencias en un carrito de bebé. Lejos de parecer una vagabunda esta
mujer representa la personificación de la libertad. También, es ella quien le
da a Sara una moneda mágica para abrir el pasadizo que une Manhattan con la
isla de la libertad. Miss lunatic es todo lo opuesto a Egar Woolf, el dulce
lobo. Edgar es el ilustre pastelero de la zona de Manhattan, es una persona muy
rica pero muy obsesiva. Sólo le preocupa hacerse más rico y obtener una receta
perfecta de la tarta de fresa. Al contrario de Miss lunatic, vive por y para tener
dinero sin ser realmente feliz. No le importa recurrir a mentiras y engaños
para que la niña le dé la receta. Él irá a casa de Rebecca mientras la niña
pasea en limusina por Nueva York. Cuando Sara se da cuenta del engaño llega a
casa de su abuela y ve al señor Woolf y a Rebecca Bailando. Los deja solos y se
marcha a descubrir nuevas aventuras utilizando la moneda de Miss Lunatic.
A modo de conclusión, señalamos que las referencias
a otros cuentos de parte de Carmen Martín Gaite en la obra son continuas. Ya
sea en boca de Caperucita que cita pasajes de sus libros favoritos, Alicia en el País de las maravillas o Robinson Crusoe, o en las descripciones que hace la propia
autora. De manera que el lector no necesita ayuda para descubrir de manera
autónoma estas inferencias en la lectura puesto que ya las conoce. Además el
lenguaje es claro y sencillo, no refiere ninguna dificultad. Me ha parecido una
lectura muy interesante puesto que es la lectura modernizada de un cuento que
todos conocemos. Creo que llevar ese cuento al aula no supondría ningún
problema.
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