Carmen
Martín Gaite ha sido considerada una de las figuras más importantes de las
letras hispánicas. Fue una escritora polifacética, magnífica ensayista e
investigadora y una buena traductora de literatos. Entre sus obras más
importantes destacan Entre visillos, con
la que obtuvo el premio Nadal, Retahílas y El cuarto de atrás. Su novela Caperucita
en Manhattan, obra que reseñaremos
a continuación, se convirtió en el libro más vendido del
año 1991; Gaite hacía en esta obra una mixtura entre literatura fantástica,
sueño y realidad y el cuento de hadas. No fue la única obra en esta línea; en
1994 editó otra novela, La reina de las nieves, escrita como homenaje a
Hans Christian Andersen y en memoria de su hija.
En Caperucita en Manhattan, la
autora utiliza el popular cuento infantil de Perrault para
transmitir la soledad de la vida en las grandes ciudades y advertir de los
peligros que se esconden entre sus calles e individuos. Como ya sabemos, el
tradicional cuento de Caperucita
es un clásico de la literatura sobre la iniciación a la vida adulta, sobre los
peligros a los que tenemos que hacer frente y la exigencia de hacerlo en
libertad. Carmen Martín Gaite nos recrea magistralmente esta historia y la adapta a
la sociedad en la que vivimos, con una Caperucita que es una niña de hoy y que
se mueve en un bosque muy diferente (Manhattan), aunque también se encontrará
con los personajes del famoso cuento, aquí completamente diferentes: miss
Lunatic, mister Woolf, la abuela Rebeca, etc. Al leer Caperucita en Manhattan,
uno de los grandes éxitos de la literatura juvenil, se nos proporciona la
ocasión de reflexionar sobre nuestro propio mundo, sobre la manera en que
nosotros intentamos cada día ser diferentes y sobre cómo ser nosotros mismos en
la sociedad en la que nos ha tocado vivir.
La historia
gira en torno a Sara Allen, una niña de 10 años que vive con sus padres en Brooklyn,
un barrio de Nueva York. Su madre, Vivian Allen trabaja en un hospital cuidando
ancianos y conforma el estereotipo de mujer tradicional: sumisa, trabajadora,
cuyo único objetivo es el bienestar de su familia. Su padre, cuya profesión es
la de fontanero no adquiere relevancia en la obra, pues este aparece en un
segundo plano.
Todos los
sábados madre e hija van a casa de la abuela Rebeca y le llevan una tarta de
fresa. La abuela de Sara, a pesar de que su hija la vea como una anciana,
alcohólica, que pronto dejará de valerse por sí misma, se convertirá en un
pilar fundamental para su nieta, pues la animará a disfrutar del tiempo
presente, a vivir día a día sin obsesionarse por las cosas, la empujará a su
tan ansiada libertad y hacia el mundo de la imaginación; en definitiva, una
mujer brillante, conservadora, independiente, libre, que se niega a envejecer y
que pretende seguir siendo eternamente atractiva y cautivadora de hombres.
Un día, tras
un accidente de coche del tío de Sara, sus padres tienen que viajar a Chicago y
deciden dejar a Sara con sus vecinos. La niña aprovechará esta situación para
perderse por el bosque (Manhattan), rompiendo así con su monotonía y
descubriendo ese espacio en solitario, ya que tal y como dice Clarissa Pinkola
en uno de sus poemas: “Si no sales al bosque, jamás ocurrirá nada y tu vida
jamás empezará”. Durante el trayecto se pierde en el metro y tiene
remordimientos por haberse escapado. Entonces conoce a Miss Lunatic, una
vagabunda estrafalaria muy respetada por la gente, cuyo único objetivo es vivir
la vida, sin la necesidad de pedir limosna. Se trata de un personaje mágico que
se transforma de vieja a joven al mezclar su sangre con la de Sara y que le
enseña el valor de la libertad, de la fantasía y de lo maravilloso.
Más adelante,
cuando Sara se queda sola en Central Park, tras haberse despedido de miss
Lunatic, conoce a Edgar Woolf: un personaje distinto al del cuento popular,
pues es un hombre mayor, triste y obsesionado con su próspero imperio de
pastelería, que no busca a caperucita en sí sino su tarta. Finalmente, este
consigue llegar hasta casa de la abuelita.
En Caperucita
en Manhattan, Sara Allen, la nueva Caperucita, se lanza al interior de una
alcantarilla, que se abre gracias a una moneda introducida en una ranura; su
viaje por el interior de ese túnel, llevará a la niña a la ansiada libertad,
que se asocia precisamente con la estatua de ese nombre. Pero, en realidad,
esta circunstancia, evoca dos cuentos de hadas: Caperucita Roja y Alicia en el país de las maravillas. Por un lado,
la alcantarilla se traga a Sara, del mismo modo que el lobo engulle a
Caperucita. Por otro, Sara se vale de una moneda para acceder a ese espacio
prohibido, de forma voluntaria, de la misma manera que Alicia, sin pensarlo
mucho, se introduce en la madriguera del Conejo Blanco, o en el interior de un
árbol, para, haciendo uso de una llavecita de oro, acceder a un maravilloso
jardín. Como vemos ambos cuentos sirven como trasfondo a la obra de Martín
Gaite.
En definitiva Caperucita en Manhattan es
un viaje de búsqueda personal, es el paso de la niñez a la madurez, es el fin
de un mundo de ensoñación y el comienzo de otro más competitivo. Pero ese viaje
no está cargado de pesimismo sino todo lo contrario, está lleno de positividad,
del ansía por conocer el mundo que te rodea, de enfrentarte a la sociedad y a
los individuos que la conforman. El libro es por tanto, un canto hacia la vida
y un defensa de nuestro niño/a interior como única posibilidad de sobrevivir en
la actualidad a la vida de las grandes ciudades.
Considero que Caperucita en Manhattan es una obra muy aconsejable para nuestros
alumnos de la ESO, pero también creo que es necesario e imprescindible el hecho
de que profundicemos en la esencia del cuento tradicional si de verdad queremos
que la lectura de nuestros alumnos sea provechosa, pues pienso que la mayoría
de adolescentes interpretan las historias fantásticas como absurdas, propias de
niños pequeños. Como futuros docentes, debemos, por tanto, conseguir que
nuestros alumnos traten de mirar el trasfondo de la obra y que no se queden con
la inocencia y sencillez que les lleva a la infancia, pues ellos ven esa etapa
como superada.
Raquel Sabater Parra
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