miércoles, 15 de enero de 2014

Caperucita en Manhattan



Carmen Martín Gaite ha sido considerada una de las figuras más importantes de las letras hispánicas. Fue una escritora polifacética, magnífica ensayista e investigadora y una buena traductora de literatos. Entre sus obras más importantes destacan Entre visillos, con la que obtuvo el premio Nadal, Retahílas y El cuarto de atrás. Su novela Caperucita en Manhattan, obra que reseñaremos a continuación, se convirtió en el libro más vendido del año 1991; Gaite hacía en esta obra una mixtura entre literatura fantástica, sueño y realidad y el cuento de hadas. No fue la única obra en esta línea; en 1994 editó otra novela, La reina de las nieves, escrita como homenaje a Hans Christian Andersen y en memoria de su hija.
En Caperucita en Manhattan, la autora utiliza el popular cuento infantil de Perrault para transmitir la soledad de la vida en las grandes ciudades y advertir de los peligros que se esconden entre sus calles e individuos. Como ya sabemos, el tradicional cuento de Caperucita es un clásico de la literatura sobre la iniciación a la vida adulta, sobre los peligros a los que tenemos que hacer frente y la exigencia de hacerlo en libertad. Carmen Martín Gaite nos recrea magistralmente esta historia y la adapta a la sociedad en la que vivimos, con una Caperucita que es una niña de hoy y que se mueve en un bosque muy diferente (Manhattan), aunque también se encontrará con los personajes del famoso cuento, aquí completamente diferentes: miss Lunatic, mister Woolf, la abuela Rebeca, etc. Al leer Caperucita en Manhattan, uno de los grandes éxitos de la literatura juvenil, se nos proporciona la ocasión de reflexionar sobre nuestro propio mundo, sobre la manera en que nosotros intentamos cada día ser diferentes y sobre cómo ser nosotros mismos en la sociedad en la que nos ha tocado vivir.
La historia gira en torno a Sara Allen, una niña de 10 años que vive con sus padres en Brooklyn, un barrio de Nueva York. Su madre, Vivian Allen trabaja en un hospital cuidando ancianos y conforma el estereotipo de mujer tradicional: sumisa, trabajadora, cuyo único objetivo es el bienestar de su familia. Su padre, cuya profesión es la de fontanero no adquiere relevancia en la obra, pues este aparece en un segundo plano.
Todos los sábados madre e hija van a casa de la abuela Rebeca y le llevan una tarta de fresa. La abuela de Sara, a pesar de que su hija la vea como una anciana, alcohólica, que pronto dejará de valerse por sí misma, se convertirá en un pilar fundamental para su nieta, pues la animará a disfrutar del tiempo presente, a vivir día a día sin obsesionarse por las cosas, la empujará a su tan ansiada libertad y hacia el mundo de la imaginación; en definitiva, una mujer brillante, conservadora, independiente, libre, que se niega a envejecer y que pretende seguir siendo eternamente atractiva y cautivadora de hombres.
Un día, tras un accidente de coche del tío de Sara, sus padres tienen que viajar a Chicago y deciden dejar a Sara con sus vecinos. La niña aprovechará esta situación para perderse por el bosque (Manhattan), rompiendo así con su monotonía y descubriendo ese espacio en solitario, ya que tal y como dice Clarissa Pinkola en uno de sus poemas: “Si no sales al bosque, jamás ocurrirá nada y tu vida jamás empezará”. Durante el trayecto se pierde en el metro y tiene remordimientos por haberse escapado. Entonces conoce a Miss Lunatic, una vagabunda estrafalaria muy respetada por la gente, cuyo único objetivo es vivir la vida, sin la necesidad de pedir limosna. Se trata de un personaje mágico que se transforma de vieja a joven al mezclar su sangre con la de Sara y que le enseña el valor de la libertad, de la fantasía y de lo maravilloso.
Más adelante, cuando Sara se queda sola en Central Park, tras haberse despedido de miss Lunatic, conoce a Edgar Woolf: un personaje distinto al del cuento popular, pues es un hombre mayor, triste y obsesionado con su próspero imperio de pastelería, que no busca a caperucita en sí sino su tarta. Finalmente, este consigue llegar hasta casa de la abuelita.
En Caperucita en Manhattan, Sara Allen, la nueva Caperucita, se lanza al interior de una alcantarilla, que se abre gracias a una moneda introducida en una ranura; su viaje por el interior de ese túnel, llevará a la niña a la ansiada libertad, que se asocia precisamente con la estatua de ese nombre. Pero, en realidad, esta circunstancia, evoca dos cuentos de hadas: Caperucita Roja y Alicia en el país de las maravillas. Por un lado, la alcantarilla se traga a Sara, del mismo modo que el lobo engulle a Caperucita. Por otro, Sara se vale de una moneda para acceder a ese espacio prohibido, de forma voluntaria, de la misma manera que Alicia, sin pensarlo mucho, se introduce en la madriguera del Conejo Blanco, o en el interior de un árbol, para, haciendo uso de una llavecita de oro, acceder a un maravilloso jardín. Como vemos ambos cuentos sirven como trasfondo a la obra de Martín Gaite.
En definitiva Caperucita en Manhattan es un viaje de búsqueda personal, es el paso de la niñez a la madurez, es el fin de un mundo de ensoñación y el comienzo de otro más competitivo. Pero ese viaje no está cargado de pesimismo sino todo lo contrario, está lleno de positividad, del ansía por conocer el mundo que te rodea, de enfrentarte a la sociedad y a los individuos que la conforman. El libro es por tanto, un canto hacia la vida y un defensa de nuestro niño/a interior como única posibilidad de sobrevivir en la actualidad a la vida de las grandes ciudades.
Considero que Caperucita en Manhattan es una obra muy aconsejable para nuestros alumnos de la ESO, pero también creo que es necesario e imprescindible el hecho de que profundicemos en la esencia del cuento tradicional si de verdad queremos que la lectura de nuestros alumnos sea provechosa, pues pienso que la mayoría de adolescentes interpretan las historias fantásticas como absurdas, propias de niños pequeños. Como futuros docentes, debemos, por tanto, conseguir que nuestros alumnos traten de mirar el trasfondo de la obra y que no se queden con la inocencia y sencillez que les lleva a la infancia, pues ellos ven esa etapa como superada. 

Raquel Sabater Parra

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