Las enigmáticas Cartas de Invierno
Raquel
García Tomás
Agustín
Fernández Paz publicó Cartas de Invierno
en 1995 y ese mismo año recibió el Premio Rañolas de Literatura infantil y
juvenil. El autor recurre a elementos de la novela de terror y de la cultura
gallega para recrear una historia protagonizada por una casa encantada y su
atemorizado inquilino, Adrián Novoa. El misterio es un género de indiscutible
atractivo para el lectorado juvenil, pues el suspense guía la lectura y
mantiene a los jóvenes en tensión, expectantes de la acción literaria y de los
personajes.
Un halo de misterio envuelve la
historia de Teresa Louzao, su hermano Xavier y su amigo Adrián. Tras encontrar un
anuncio en el periódico sobre la venta de una casa hechizada, Adrián decide
elegirla como nuevo lugar de residencia.
El inicial escepticismo de Adrián,
ante los supuestos poderes de la morada: “Si yo no fuese una persona culta, una
persona que ha recorrido medio mundo y que ha oído ya todas las historias,
pensaría ahora que los paisanos tenían algo de razón en lo que contaban y que,
efectivamente, la vivienda que he comprado bien merece el calificativo de
encantada” (p.59), se convierte en convicción absoluta días más tarde: “Porque
ahora tengo la certeza de que aquí está pasando algo extraño, algo que ya
empieza a inquietarme de verdad” (p.65).
Las cartas que envía
Adrián a Xavier sirven al lector y a Teresa para enterarse de la sobrecogedora fuerza de un libro de la casa. Esta energía absorbente arrastra
a los dos amigos a aquel idílico paisaje y acaba devorándolos. La única solución es que la casa arda en su propio
maleficio. Ni Adrián ni Xavier vuelven, pero el hechizo de la casa desaparece
en medio de las llamas provocadas por Teresa.
A lo largo de las páginas de Cartas de Invierno, podemos advertir
cómo la literatura atraviesa la obra, desde el intrigante título hasta la quema
final del libro que porta la maldición a la casa. Uno de los protagonistas,
Xavier, es escritor y habla así de su profesión: “Yo decidí muy pronto que lo
importante en mi vida era la escritura” (p.22). Quizá Xavier sea el reflejo del
propio Fernández Paz y al igual que el hermano de Teresa se sienta anonadado
por el locus amoenus en el que se
halla la casa: “Una vez que me vi en él, inundado por la luz, dominando un
paisaje inmenso, supe que era todo lo que necesitaba” (p. 39).
Asimismo, los lectores aprenden la
relevancia de valores tan relevantes como la amistad, la familia, la humildad o
la empatía, pues tras la llamada de socorro de su amigo Adrián, Xavier no duda
en salir en su ayuda e intentar salvarle de las garras de la casa embrujada. El
autor insiste en esta unión amistosa y familiar con la intención de llegar a
los lectores jóvenes. Junto a un vocabulario misterioso y atrayente que les
permite seguir el hilo lector y les transporta a nuevos mundos, unos
fantásticos y otros no.
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