Por Iván Jávega López
Carmen Martín Gaite nació en Salamanca en 1925, su interés
por la literatura procede sobre todo de las enseñanzas de su padre, un gran
aficionado a la historia y a la literatura, que también escribió diversos
cuentos no publicados. El estallido de la guerra civil le impidió continuar sus
estudios en Madrid, como ella hubiese deseado, por lo que terminó licenciándose
en la Universidad de Salamanca, en Filosofía y Letras, donde tuvo su primer
contacto con el teatro. Escribió su primer cuento, titulado Un día de libertad, en 1953, aunque
confiesa escribir desde que tenía ocho años. En 1979 viaja por primera vez a Nueva
York, ciudad que se convierte en uno de
los espacios más influyentes de su producción literaria.
Sara Allen es una niña de diez años que vive en Brooklyn, pero sueña con escaparse y vivir en Manhattan, donde pasan todas las cosas interesantes.
Sus incursiones semanales a la pequeña isla de Nueva York,
para llevarle a su abuela la exquisita tarta de fresas de su madre, alimentaban
estas fantasías en nuestra protagonista. Que siempre iba acompañada de su
progenitora, la cual la ataba en corto impidiéndole volar.
Su abuela en cambio era todo lo contrario, de joven había
sido cantante y vivía de forma totalmente independiente, cosa que su hija no
terminaba de aprobar. Pero la pequeña Sara hubiese preferido vivir en Manhattan
con su abuela, con la que se lo pasaba realmente bien.
Por otro lado tenemos a Mr Woolf, nuestro señor lobo
particular, que a mí particularmente me recuerda mucho al broker de la última película de Scorsese (El lobo de Wall Street).
La historia del joven emprendedor que surge de la clase obrera para convertirse
en el rey de la selva y dominar Wall Street. Aunque en todos los aspectos
nuestro personaje es infinitamente más decente, la traslación adulta y realista
de Mr. Woolf se podría ajustar bastante al personaje de Scorsese. Pero en este
caso, el lobo de Manhattan posee la pastelería más importante de la ciudad, y
solo necesita una cosa para evitar cualquier competencia: mejorar su tarta de
fresas.
Esto le mortifica y le impide ser feliz, aun siendo una de las
personas más ricas de la ciudad. Y por ello andaba solitario, inmerso en sus
preocupaciones mientras pasea por Central Park.
Las aventuras de Sara comienzan cuando sus padres salen a
cenar dejándola al cuidado de sus vecinos. Lo cual aprovecha la niña para
escaparse y llevarle la tarta de fresas a su abuela. La niña había deseado ese momento
más que cualquier otra cosa, pero en cuanto se desorientó un poco y se vio
rodeada de gente a la salida del metro, no pudo evitar sentir el miedo en sus
carnes y echarse a llorar. Es en este momento cuando se encuentra con Miss
Lunatic, quien la ayuda a recuperar el rumbo perdido, y no solo eso, sino que
le indica el camino hacia la libertad. Este personaje, también llamada Madame
Bartholdi (en alusión al autor de la estatua de la libertad), junto con la
abuela (Gloria Star) y la propia estatua de la libertad (que provoca en Sara un
sentimiento de atracción-fascinación), representan una misma idea en la novela.
La libertad y la independencia de la niña, en su viaje iniciático hacia la
madurez, que toma como referente a
mujeres valerosas y autosuficientes.
Miss Lunatic le ayuda a combatir el miedo, animándola a
tomar decisiones propias y ser independiente. A partir de su encuentro, Sara
adquiere confianza para emprender un camino que le llevará a situaciones de lo
más curiosas. Entra otras, el descubrimiento de que Miss Lunatic es la propia estatua
de la libertad, y que sale por las noches oculta bajo la apariencia de una
mendiga.
Cuando al fin se separan, la joven se lleva el secreto y
también algo más, el camino para llegar a la estatua de la libertad a través de
un pasadizo secreto.
Sara decide hacer caso a los consejos de su nueva amiga, y
antes de ir definitivamente a casa de su abuela, se dirige a Central Park para dar un paseo,
que era su intención en un primer momento. Mientras caminaba por el parque se
encontró con un hombre solitario, el cual parecía un poco triste hasta que
percibió el olor de la tarta de fresas que la joven llevaba en su cesta. Sara,
haciendo gala de su buena voluntad, le da a probar la tarta al desconocido, dejándose
embaucar para que lo lleve hasta su abuela y así poder pedirle la receta.
Aunque lo que realmente pretende, es llegar antes que ella para apropiarse de
el secreto de la tarta de fresas.
Con este final abierto, en el que podemos suponer que Mr.
Woolf abandona su deseo de alcanzar la receta, y Sara alcanza su madurez al
tomar sus propias decisiones, Carmen Martín Gaite nos ofrece una visión
alternativa y totalmente distinta a la de las versiones clásicas. En este caso
el lobo no es tan feroz, es solo un señor triste y solitario, y lo único que le
pierde es la codicia. Pero además nuestra protagonista es capaz de emprender su
camino, en un viaje iniciático, que le permite desarrollarse como persona fuera
del manto de protección materno. Aunque la emancipación aquí solo suponga salir
de casa sin ir de la mano de su madre, para una niña de diez años, imagino que
es muchísimo.
A mi parecer, Caperucita en Manhattan no es una recreación acomodada
en la versión original, sino que se arriesga a plantear una interpretación bien
distinta; tanto del final escrito por Perrault, como de la versión posterior de
los hermanos Grimm. Nos muestra una caperucita a la que le encanta leer e
inventar palabras, soñadora, inteligente y con mucha imaginación. Nos presenta,
por lo tanto, una novela fácil de leer por su brevedad y sencillez, pero que
requiere un replanteamiento y un análisis de sus supuestos iniciales. En este
sentido es una lectura sobradamente enriquecedora para nuestros lectores. Tanto por su calidad lingüística, como por la
originalidad de sus planteamientos y la transversalidad de los temas que aborda;
permitiéndonos introducir en clase temas como la igualdad y la emancipación de
la mujer.
La novela de Carmen Martín Gaite se aleja bastante de la
enseñanza moral de sus predecesores, fomentando
así el sentido crítico en la lectura, a la vez que activa los conocimientos
intertextuales del lector con sus numerosas referencias socio-culturales. Desde
la propia ciudad de Nueva York, con sus lugares de referencia (Central Park,
Manhattan, Liberty Island…), pasando por obras cumbre de la literatura infantil
como la propia Caperucita roja o Alicia en el país de las maravillas. La
considero una lectura muy recomendable y que nos puede servir para trabajar los
clásicos de una manera divertida y estimulante para los alumnos.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar