viernes, 10 de enero de 2014

Por una cabeza..., de dragón, Ignacio Ballester


Valle-Inclán
Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936, Pontevedra) se inicia en el teatro con La cabeza del dragón (Austral, 2009, Madrid). Un año antes de su muerte, el argentino Carlos Gardel compuso la música de uno de los tangos más bellos y profundos: Por una cabeza. ¿Existe relación entre ambas joyas?

A priori lo único que las une es el sustantivo “cabeza” (símbolo tradicional de pensamiento, valor y predominancia), pero si se ahonda en su lectura y en su música podemos encontrar elementos comunes. La historia que nos cuenta Valle-Inclán (resumida de forma exhaustiva por Rosa Moreno en una de las primeras entradas de este blog) está protagonizada por el más astuto y valeroso de tres hermanos: el Príncipe Verdemar (nombre que recuerda a un poema de Gerardo Diego, comentado en entradas anteriores). Por el contrario, en el baile que hemos elegido para representar la música de Gardel (perteneciente a la película Una familia con clase, de Stephan Elliott), la batuta la lleva la mujer: que encarnaría, a mi modo de ver, a la señora Infantina (personaje que curiosamente ocupa el primer puesto en la lista de Valle-Inclán). En el texto, Verdemar mata al dragón para salvar a la hija del rey Micomicón y casarse con ella; en el video, un hombre (Verdemar) y una mujer (la Infantina) bailan un tango en el centro de un corro que forman distintos personajes. Entre ellos destaca el rostro semioscuro de un hombre, que sigue atento, con expectación, el tango que la pareja baila. Este sería el duende de Valle-Inclán: el que es liberado por Verdemar en la escena I del texto y el que, como recompensa, le entrega un anillo mágico que lo guarece. Solo que en el video quien lleva la joya (en el dedo anular de la mano izquierda) es la mujer, la Infantina. Entendemos pues que, pese a establecer la conexión entre el personaje femenino y el duende, se mantiene la unión entre lo real y lo mágico (igual que ocurría con El príncipe que todo lo aprendió en los libros de Jacinto Benavente que comentamos en la entrada anterior). Finalmente, tras atajar las tramas urdidas por un bravo, Espandián, y tras resolver impensables problemas (entre ellos matar a un temeroso dragón), Verdemar y la Infantina, hombre y mujer, realidad y ficción… se casan.




Veamos el video: sale la mujer ‒bella, radiante, rubia‒, toma una copa ‒está segura de lo que siente‒, hay mucha gente a su alrededor, pero se ve sola (el desplante de la pierna derecha ‒al estilo de Chaplin‒ no muestra gracia y simpatía, sino pasión y carácter), la mirada acongoja a cualquier padre (por muy rey que sea). En su soledad aparece el hombre. La invita al baile. Ambos lo hacen. Aunque están en un rico salón, amplio, decorado, con músicos… se imaginan en el jardín de Palacio: uno vestido de bufón y otra entregándose al dragón para salvar su reino. Los pasos se entrecruzan. Hay conexión. Se compenetran. Hay amor. No obstante, se acelera la música, cambia el ritmo, crece la incertidumbre: Verdemar se enfrenta al dragón, el duende lo mira, sus hermanos dudan, Maritornes, la duquesa y el coro de Damas hacen lo mismo… pero este vence. El tono vuelve a ser agradable. Ella, tras un escorzo se aleja del embustero Espandián, levanta la mirada y lo reconoce. Se inclina hacia su “bufón”, el resto aplaude. Ya no hace falta seguir bailando. Ambos, princesa y príncipe, abandonan la sala, el cuento, la música…: juntos.

Gardel
No sabemos si Gardel conoció La cabeza del dragón de Valle-Inclán. Seguramente no, pero qué más da. Estamos hablando de una constante artística (la guerra amorosa) que real o mágicamente coinciden. Hasta ahora no hemos mencionado la letra de Por una cabeza (compuesta por Alfredo Le Pera), pero basta adjuntarla para que nos demos cuenta de las coincidencias (“no olvides hermano” ‒en relación con los príncipes‒, “no hay que jugar” ‒¿a la pelota?‒, “al jurar sonriendo/ el amor que está mintiendo” ‒respecto a la promesa de la rosa en el jardín‒, “si ella me olvida/ que importa perderme” ‒renuncia del príncipe a todo lo ajeno a ella‒, y “Yo juré mil veces/ no vuelvo a insistir” ‒confía en que la Infantina lo reconozca‒.

Por una cabeza
de un noble potrillo
que justo en la raya
afloja al llegar,
y que al regresar
parece decir:
No olvidé, hermano,
vos sabés, no hay que jugar.
Por una cabeza,
meteján de un día
de aquella coqueta
y burlona mujer,
que al jurar sonriendo
el amor que está mintiendo,
quema en una hoguera
todo mi querer.

Por una cabeza,
todas las locuras.
Su boca que besa,
borra la tristeza,
calma la amargura.
Por una cabeza,
si ella me olvida
qué importa perderme
mil veces la vida,
para qué vivir.


Cuántos desengaños,
por una cabeza.
Yo jugué mil veces,
no vuelvo a insistir.
Pero si un mirar
me hiere al pasar,
sus labios de fuego
otra vez quiero besar.
Basta de carreras,
se acabó la timba.
Un final reñido
ya no vuelvo a ver!
Pero si algún pingo
llega a ser fija el domingo,
yo me juego entero.
¡Qué le voy a hacer…!

Cubierta de la edición
utilizada de La cabeza
del dragón
, de Valle-
Inclán
Dejando a un lado las comparaciones entre teatro y música, terminaremos apuntando algunas características que sitúan a La cabeza del dragón de Valle-Inclán a la cabeza del canon (si es que realmente existe algo así) de Literatura Infantil y Juvenil. Pese a que no cultivó mucho este género, Valle-Inclán reconoce su admiración por los más jóvenes en el prólogo del libro que venimos comentando: «En los niños revive siempre la ingenuidad de los siglos pasados, y para entender la ingenuidad de las literaturas viejas, no hay cosa mejor que hacerse niño. […] Se imprime para los niños y ellos lo pueden entender mejor que los hombres». De este modo, Valle-Inclán envidia a los niños porque estos todavía mantienen la inocencia y la ingenuidad, tan valiosas para entender la vida. Él no la comprendía. El mundo se desinflaba (y se desinfila) ilógicamente, como argumenta Verdemar: «¡Antes sería preciso que esa bola llena de aire fuese capaz de tener juicio alguna vez». La Generación del 98 a la que perteneció insufló aires nuevos y necesarios, para avanzar y acabar con males como, por ejemplo, el machismo: «Porque tú eres mía, según la Epístola de San Pablo» (en palabras de El Bravo).

El lenguaje de La cabeza del dragón presenta algunos términos que quizá sean de difícil comprensión por parte del alumno. Sin embargo, al final del texto se incluye un pertinente glosario que aclara, aumenta y ameniza, junto con la guía de lectura, una historia que hará soñar y pensar al lector (niño o adulto, por eso es un buen texto).

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